martes, 3 de julio de 2007

La reconstruccción de la Cristiandad, la juventud, y la devoción al Corazón Inmaculado de María





Autora: María del Pilar Marcos Carrión

Publicado en el número 1 de la Revista "La Causa de Dios" de la Sociedad San Andrés en España


Todos los católicos sabemos la existencia del dogma de la realeza social de Cristo. Cristo tiene derecho a reinar en cielos y tierra, en toda sociedad y en nuestros corazones. Hoy día que tanto se habla de derechos humanos, jamás oímos hablar de los derechos de Dios, ni de los deberes del hombre para con El. Este derecho deriva de que Dios es nuestro Creador, nuestro Padre y quiso hacerse hombre y morir en la Cruz, rescatándonos del pecado, siendo así también nuestro Redentor.

Es de justicia, por tanto, que las naciones se sometan al dulce reinado de Cristo, que las leyes, costumbres y formas de vida deriven y tengan su fin en el Amor de Dios y en Su mayor gloria.

Sabemos también que esto no ocurre, en muchos casos por ignorancia, en la mayoría de las ocasiones por el pecado y por la indiferencia, y por otro lado Dios a los católicos nos ha dado el don de la Fe Católica y la capacidad y medios para vivir conforme a ella. Como consecuencia de todo ello, nosotros, ante la situación actual, tenemos el deber de hacer que Su reinado se instaure en nuestras vidas, en nuestra sociedad y en nuestra Patria, cuya esencia es esa misma Fe y su misión y destino en la historia ha sido y es la práctica y propagación de la Fe en Cristo Rey. De esta Fe y ese deber un día se nos pedirá cuentas.

La tarea de instauración del reinado de Cristo, de reconstrucción de la cristiandad requiere tiempo, espíritu de sacrificio, ganas incontenibles de enderezar lo torcido, incorformidad con la atmósfera liberal y materialista que se respira. Estas cualidades son propias de la juventud y la llevan a ser generosa en su entrega al servicio de tan gran ideal. Siempre ha sido la juventud (armada con una profunda vida interior) la que ha sabido responder ante las grandes empresas que se han llevado a cabo a lo largo de la historia, (aunque no siempre es cuestión de edad, porque como alguien dijo: “la juventud no es un periodo de la vida sino un estado del espíritu”).

Nos corresponde por tanto a los jóvenes, a los que por ley natural nos queda toda una vida por vivir y construir el futuro, ser los soldados valientes de Dios que mantengan encendidas las antorchas de la Fe en esta noche oscura de la humanidad, guiados siempre por la experiencia de los mayores y por el apoyo seguro que es la Santa Tradición.

Para conseguir que Cristo reine en nuestra amada España y en toda la Hispanidad, primero hemos de procurar que reine en nuestra alma, en nuestro corazón. Si queremos hacer que en España se ame a Dios, hemos de empezar por amarle nosotros de forma incondicional demostrándolo con nuestras acciones cotidianas de todos los días, cumpliendo su Divina Voluntad.

Cuando uno se plantea en serio esta misión y mira cómo está de feo el panorama en la sociedad, y se mira a sí mismo y ve cómo está su alma llena de defectos que cuesta corregir, nos puede parecer, si no imposible, sí tremendamente difícil. Pero Dios que es Padre lo sabe, y cuando nos pide algo, al mismo tiempo nos da los medios necesarios para conseguirlo. A saber: la oración, los Sacramentos, buenas lecturas o conferencias … y lo que en palabras de San Luis Mª Grignion de Montfort es el camino más fácil, directo y seguro para llegar a Dios, y que no es otro que la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra.

Es lógico, porque Ella es la criatura más perfecta salida de las manos de Dios y El quiso hacerse hombre y venir al mundo por medio de Ella, con lo cual debe reinar también a través de Ella.
Por otra parte, si queremos amar a Dios y hacer que se le ame, fijémonos en el corazón que más amó a Nuestro Señor. Ése no es otro que el Corazón Inmaculado de María. Hablar de la devoción al Inmaculado Corazón llenaría muchas páginas. Ahora simplemente meditemos que en ese Corazón sin mancha de pecado están todas las virtudes expresadas en máximo grado, que ese Corazón sufrió por nosotros al pie de la Cruz en el Calvario, siendo María nuestra Corredentora, y que ese Corazón de Madre nos sigue amando de forma individual a cada uno, a pesar de nuestros defectos y de las dificultades a las que nos enfrentamos. En ese Corazón tenemos el modelo perfecto a imitar y en el que fijarnos.

Ella misma dijo en Fátima: “para salvar las almas de los pobres pecadores Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”, y, en palabras de la beata Jacinta a Lucía: “Di a toda la gente que Dios nos concede las gracias por medio del Corazón Inmaculado de María. Que las pidan a Ella, que el Corazón de Jesús quiere que a su lado se venere el Corazón Inmaculado de María”.

Consagremos pues nuestro ser, lo que somos, tenemos, sentimos, pensamos, hacemos y queremos hacer, al Inmaculado Corazón de nuestra Madre, de nuestra Reina. En una palabra, consagrémosle nuestra vida toda con nuestras ilusiones, deseos y anhelos y también esa tarea que Dios nos encomienda de reconstruir la cristiandad, de reconquistar España para El y salvar nuestra alma. La Virgen bendijo a España al visitarla en carne mortal, y ahora que está alejada de su misión histórica, necesita más que nunca de Ella.

Dificultades no nos faltarán, pero María siempre será la Luz que nos guíe, el consuelo cuando estemos afligidos, la Causa de nuestra alegría en el combate por la Causa de Dios, la fuerza y constancia cuando nos sintamos desfallecer, el timón que guíe nuestros ímpetus juveniles hacia buen puerto, la Estrella del mañana que queremos para nuestra Patria. Su Inmaculado Corazón mantendrá encendida la llama de amor a Dios en el nuestro.

Ofrezcámosle nuestros sacrificios en reparación de las ofensas que constantemente se cometen contra Cristo y contra Ella. Utilicemos esa arma poderosa que nos dejó, y con la que se han ganado tantas batallas a lo largo de la Historia en el orden humano y espiritual, que es el Santo Rosario.

Estemos seguros de que florecerá la primavera de Su victoria en el mundo, en nuestra amada Patria y en nuestra alma. Ella lo prometió. “Al fin mi Corazón Inmaculado triunfará”.


¡Ave Cor Mariae¡

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