miércoles, 31 de enero de 2007

"Feminismo" católico

"Feminismo" católico

Olalla Gambra Mariné

La autora, madre, carlista y profesora universitaria, usando el término feminismo no en su sentido ideológico ni estricto establece la diferencia entre las justas revindicaciones de los derechos de la mujer, que son derechos no en virtud del sexo, sino en función de la dignidad de criatura de Dios, y la manipulación, que aprovechando injusticias reales sufridas por el sexo femenino, hacen grupos de presión que lo que buscan es romper el orden natural.





El gran fraude del "Feminismo"

Por "Feminismo" se entiende un movimiento social y político que postula la igualdad de los derechos de las mujeres y los hombres.

Comenzó con las sufragistas inglesas del siglo XIX, continuó defendiendo una educación equiparable a la que recibían los muchachos, un trabajo, un sueldo... En sí mismas, estas primeras aspiraciones no eran directamente contrarias a la fe ni a la moral católica. ¿Cómo es posible que hayan acabado pidiendo aberraciones tales como el derecho al aborto o a la esterilización?.

Desde el principio, todas las reivindicaciones tomaban como barómetro o punto de referencia los derechos del hombre: ¡Pedimos el derecho al voto como los hombres!, ¡un trabajo remunerado como el de los hombres!, etc. Según se iban logrando objetivos, se pedía más y más, hasta que se ha llegado a un punto en el que se entra en conflicto con la diferenciación sexual más obvia. La mujer rechaza la carga de la maternidad porque los hombres no la tienen. Reivindica su derecho a un embarazo optativo, a "ser dueña de su cuerpo" , a desarrollar su personalidad y sus aspiraciones sociales y económicas, "a realizarse" como dicen, antes de ser madre. El movimiento feminista ha terminado por rechazar lo más característicamente femenino y por frustrar la vocación natural de la mujer.

De esta manera el "Feminismo" ha terminado por defender una doctrina mucho más machista que cualquiera de las culturas y sistemas ideados por los hombres. Así es, pues no existe mayor elogio que la imitación. Si una persona admira tanto a otra que trabaja y se esfuerza para llegar a parecerse a ella, y se hace violencia a sí misma para conseguir ponerse a la altura de su modelo, ¿no está dando la mayor prueba de admiración que existe?.


La mujer es diferente del hombre
En esta discusión se ha llegado a una confusión tal que es necesario empezar por establecer la definición de los términos.

El ser humano, en sentido general, se define como animal racional. Animal porque posee un cuerpo con necesidades materiales; racional porque posee un principio vital de numerosas facultades, que están o debieran estar subordinadas al más perfecto modo de conocimiento que tienen los seres materiales, el conocimiento racional.

Ahora bien, el ser humano como tal no existe, no es más que el nombre de la especie, que se singulariza o materializa de múltiples maneras, ninguna de las cuales constituye en su esencia al hombre. Una de esas concreciones accidentales es el sexo. Ya Aristóteles se preguntaba cuál es la importancia de esta característica para el ser humano. La respuesta que da en su Metafísica no puede ser más clara:

Las contrariedades que están en el concepto producen diferencia específica, pero las que están en el compuesto con la materia no la producen. Por eso del hombre no la produce la blancura y la negrura, y no hay diferencia específica entre hombre blanco y hombre negro... El ser macho y el ser hembra son ciertamente afecciones propias del animal, pero no en cuanto a su substancia, sino en la materia y en el cuerpo.

En otras palabras los sexos, como el color de la piel, son para él algo de la materia, no de la forma o de la esencia del hombre. Hombre y mujer cuentan con los dos elementos, cuerpo y razón, que los definen como seres humanos.

Sin embargo, al estar alma y cuerpo substancialmente unidos, nada tiene de extraño que el ser mujer u hombre conlleve diferencias accidentales en ambos elementos: la anatomía -y la simple evidencia- enseña que el cuerpo del hombre no es igual al de la mujer y que cada uno está capacitado para funciones muy distintas. Por su parte, de manera mucho menos probatoria y clara, basándose sólo en la estadística, la psiquiatría explica que los procesos mentales de la mujer y del hombre difieren, pero que ambos pueden llegar a las mismas conclusiones y desarrollo, pues aunque sean distintos sus métodos, poseen la misma capacidad.

El último término de esta controversia es la palabra "diferente". Quiere decir desigualdad, disparidad entre dos o más elementos. Pero no implica que uno sea mejor que otro. Es un adjetivo relativo, no cualitativo; sólo designa la no identidad de algunos aspectos accidentales entre hombre y mujer, pero no conlleva un juicio de valor sobre el sustantivo al que acompaña. Además, expresa una relación recíproca entre los dos términos: si uno es diferente de otro, éste será también diferente de aquél. En cambio, si uno fuera inferior a otro, éste no sería inferior a aquél.

Entender que la proposición "la mujer es diferente del hombre" es lo mismo que "la mujer es inferior al hombre" constituye un salto sofístico sin fundamento lógico. Este error que comete el "Feminismo" moderno, debiera llevarnos a dudar de la bondad de su fundamento.

Admitida, pues, la esencial identidad de hombre y mujer se entiende también la identidad de su fin o destino, que no es otro que la salvación. Este punto es fundamental para entender la postura de la Iglesia Católica en esta cuestión que, por su virulencia, ha dado en llamarse "la guerra de los sexos". Los Mandamientos de la Ley de Dios son comunes para todos los seres humanos, no existen los Diez Mandamientos del Hombre ni los Diez Mandamientos de la Mujer; son los mismos y han de obedecerse cada uno en su estado y condición. Las Bienaventuranzas, las Virtudes y los Vicios, el Cielo y el Infierno son los mismos para ambos sexos. Ante el Juicio de Dios, los hombres y las mujeres son iguales.


Deber de estado
Sin embargo, cada uno debe perseguir el mismo fin útimo según su vocación y según las condiciones que Dios le ha dado. En otras palabras, cada cual tiene que atender a su deber de estado. ¿Qué tiene que ver con esto la diferencia sexual? Si no me equivoco, tal disparidad, desde el punto de vista de la doctrina católica estricta, sólo tiene que ver con la vocación religiosa y con el matrimonio. En lo demás la Iglesia no parece meterse: que una mujer quiere ser general de carabineros, albañil de primera o levantadora de pesos en una feria, allá ella. Con tal de que se guarde la decencia necesaria no pone más inconvenientes la doctrina cristiana más inconvenientes que los que ofrecerá la propia naturaleza.

El auténtico problema reside en el matrimonio y en la familia que es donde se plantea con toda su crudeza la llamada "guerra de los sexos". Ahí es donde se confluyen todos los factores arriba enumerados, hasta que por remota influencia marxista se ha acabado por concebir la complementariedad matrimonial como enfrentamiento similar a la lucha de clases.

Y para concebir adecuadamente el problema que a diario viven los matrimonios, entre el trabajo de los cónyuges, o de uno de los dos, fuera de casa y las tareas domésticas, creo que basta con enunciar el principio fundamental al respecto: nadie está obligado al matrimonio, pero una vez casados su obligación de estado ya no es la de la profesión, sino la que se sigue de su condición de casados (a no ser que un bien mayor exija otra cosa).

Esto se complementa con otra idea muy contraria al espíritu moderno: el éxito personal entendido como reconocimiento público de la labor individual es ilícito perseguirlo por sí mismo, y más aún en el caso de que ello perturbe el fin de los casados.

Para entender esta doctrina, que podría servir de fundamento a un "Feminismo" cristiano, no es malo recordar por qué, con independencia de las corrientes hoy jaleadas por los medios de comunicación, la familia y dentro de ella las tareas de procreación y educación de la prole deben prevalecer sobre los intereses individuales de los cónyuges.


La familia, célula de la sociedad
Uno de los principios fundamentales de la doctrina tradicional es el de defender la supremacía de la sociedad sobre el Estado que suele resumirse en el conocido lema "Más Sociedad y menos Estado". El Estado no es más que la organización de la sociedad y debe servirla, no al revés. Queda así reconocida la primacía natural del hombre sobre el Estado.

A su vez, el hombre, que es un ser sociable, ordena sus relaciones en varios órganos o cuerpos intermedios a partir de la familia. Es en la familia donde se forman los individuos que integran la sociedad y el Estado. Es decir, la familia es la base de la sociedad y de toda su organización, incluyendo, en último término, al Estado.

Si la familia juega ese papel fundamental en la sociedad, entonces, siguiendo el orden natural establecido por Dios, la doctrina tradicional reconoce la importancia de la mujer. Por obvias necesidades primarias es la madre la que está más cerca del hijo en los primeros años de vida. Y todos los psiquiatras, psicólogos y pedagogos coinciden en afirmar que estos primeros años son decisivos en la vida de cada persona. Es el período en que se adquieren las nociones generales del mundo en el que han de vivir, cuando se aprenden unos principios morales básicos según los cuales se ordenará la educación y se adquieren unos primeros hábitos con los que se conformará la personalidad del hijo.

Durante estos primeros años que se pasan en el hogar se ponen los fundamentos de toda educación de cada individuo que el día de mañana integrará la sociedad y el Estado. Los niños de hoy son el futuro de cada nación. Es decir, la educación es una cuestión fundamental para la sociedad y el estado. Así lo afirma cualquiera al que se le pregunte, y de hecho, ésta es la razón de que los programas educativos sean uno de los puntos de debate constantes en los programas políticos.


Falta de valoración social
Sin embargo, el educador, el responsable de esa importante tarea, no recibe esa consideración. Los mismos que reconocen la importancia de la educación afirman poco después que la mujer debe ser rescatada de la esclavitud que supone ocuparse de la formación de sus hijos. No se dan cuenta de que caen en una flagrante contradicción: la educación y formación es una labor necesaria y excelsa pero la mujeres que se dedican a ello son despreciadas por la sociedad. Algo tan absurdo como si pretendiéramos llegar justo a tiempo de salvar a un príncipe de ser rey o a un obispo de ser Papa.

¿Por qué es valorada una profesora que enseña un área especializada de conocimiento a muchos alumnos unas horas a la semana y en cambio, esa misma mujer cuando dedica muchas más horas a la formación integral de su hijo sobre todos los aspectos de la vida sólo recibe desprecio, más o menos velado? Y no digamos en el caso de las madres que no trabajan fuera de casa.

El criterio nace en parte de razones económicas, pero sobre todo en la búsqueda del éxito: la mujer que tiene una profesión fuera de casa recibe un salario y cómo tal, es tomada en consideración por la sociedad. En cambio, las horas que dedica a su familia no las remunera nadie y no cotizan en la Seguridad Social, por tanto la sociedad no las valora. Y lo grave es que no sólo la sociedad, sino ella misma sólo se "siente realizada" cuando desempeña su profesión y todo el tiempo que emplea en sus obligaciones como madre y esposa y ama de casa le parecen horas robadas a su verdadera función.

Las causas de esta alteración de valores son múltiples: entre ellas, la ñoña conciencia romántica que en el siglo XIX (del que nada bueno ha salido) hizo de la mujer un objeto débil, decorativo y algo tonto. A ello se unió en esa misma época la transformación social que produjo la concepción política que centralizó todo el poder en manos de un todopoderoso Estado. La educación estatalizada llevada a cabo contra la Iglesia y las prerrogativas de los padres, el trabajo asalariado propio del capitalismo, la valoración suprema del éxito individual nacida de la sociedad protestante; todo ello contribuyó a despreciar las tareas propias del hogar y a la vocación familiar.

De todas estas obligaciones el hombre se liberó creyendo que con traer el salario a casa y mantener económicamente a la familia ya cumplía con sus deberes de estado. Además, todo el tiempo que no dedicaba a su profesión, procuraba emplearlo en cultivar una vida social completamente ajena al entorno familiar.

Quizá el ejemplo más expresivo sean los Clubes ingleses del XIX... No es simple casualidad que precisamente en la Inglaterra del XIX donde triunfó el movimiento Feminista, que utilizó como pretexto el derecho al voto de las mujeres. Si el hombre había podido liberarse de todas esas tareas que él mismo había conceptuado de denigrantes, la mujer reclamaba el mismo derecho: los hijos quedaban a cargo de institutrices o de internados, la casa la atendía el servicio –naturalmente, esta "liberación" sólo podían conseguirla los que tenían recursos económicos suficientes- y los cónyuges quedaban libres para "realizarse" y cultivar sus intereses, cada uno por su lado. La sociedad se horrorizó de los resultados de su propia actitud: el desprecio de las obligaciones que conlleva el matrimonio conducía irremediablemente a la destrucción de la familia. De ahí la reacción airada de los políticos y de los prohombres de la Inglaterra del XIX.


"Feminismo" católico
Contra estos valores y usos sociales erróneos, el "Feminismo" se propuso como la solución.

Desgraciadamente el término feminista está tan corrompido que todo el mundo lo asocia con esas reivindicaciones antinaturales y contrarias a la moral que terminan necesariamente en el rebajamiento de todo aquello que es característico de la mujer. Es decir, la solución es peor que el problema.

Todos los que no están de acuerdo con exigencias tales como el aborto, rechazan esa postura extrema, pero se contentan con un "Feminismo" aguado, sin base doctrinal definida. Es ese "Feminismo" vergonzante, pues ni siquiera admiten la etiqueta de "Feminismo", que se limita a celebrar el "Día de la Mujer trabajadora" -el 8 de Marzo- o exigir un porcentaje de candidatas femeninas en las listas de los partidos -lo cual en realidad es denigrante, pues ocupan esos puestos por ser mujeres, no porque sean capaces de desempeñarlo: un recurso propagandístico más - y que contabiliza como éxito importante el lanzar una campaña de carteles con el lema "A partes iguales".

Estas dos versiones del "Feminismo" son incorrectas, aunque en distinto grado, pues la extrema es activa, la intermedia es pasiva.

Pero debe existir una respuesta correcta a este problema. Y es una tercera postura, que aún no está articulada como tal, incluso ni siquiera tiene nombre y que, provisionalmente, podría llamarse "Feminismo" católico o tradicional.

Este "Feminismo" Católico consiste en aplicar el principio cristiano de igualdad entre ambos sexos a la sociedad, poner en práctica la doctrina de la Iglesia Católica. Debe centrarse en defender a la familia, pues ha sido el objeto principal de los ataques, tanto por parte del desprecio de una sociedad individualista y economicista, como por parte del "Feminismo" extremo que rechaza la maternidad y las obligaciones que conlleva, porque precisamente ésa es la característica que diferencia a la mujer del hombre.

Por tanto, es necesario desterrar todo ese desprecio social, comenzando por los complejos inconfesados de las propias mujeres. Dos caminos deben seguirse: el primero consiste en reivindicar y difundir la valoración positiva de la maternidad, la dedicación a la formación los hijos y las tareas del ama de casa en la sociedad actual; y el segundo, en transmitir estos mismos valores católicos a los niños y jóvenes de hoy, que serán la sociedad del mañana .

La relevancia de esta defensa sólo se calibra adecuadamente si se tiene en cuenta que la consecuencia inmediata de la denigración de la institución familiar es la desaparición del orden social católico.

jueves, 18 de enero de 2007

Mujeres carlistas (I): Agustina de Aragón


Agustina de Aragón. Cuadro de Juan Gálvez.


Bandera de España enarbolada durante el sitio de Zaragoza.


Agustina Raimunda María Saragossa Doménech, "Agustina de Aragón" (1786-1857)fue una heroica defensora de Zaragoza durante los Sitios en la Guerra de la Independencia Española.Se discute si Agustina nació en Reus o en otros lugares, pero abunda la bibliografía aragonesa reciente que ubica su nacimiento en 1786 en Reus. El párroco Ramón Albert y Juliana nos dejó constancia de su Bautismo, en el correspondiente libro de Nacidos de la Parroquia de Santa María del Mar en Barcelona. Dice lo siguiente:

"6 de marzo de 1786

En dicho día, mes y año he bautizado a Agustina Raymunda María, hija legítima de Pedro Juan Saragossa, obrero, y de Raymunda Doménech, cónyuges. Fueron sus padrinos Juan Altarriba, armero, y Agustina Vilumara, mujer del padrino. Les instruí de las obligaciones que contraen. Ramón Albert y Juliana, presbítero Subvicario."

Sus padres se habían casado el 8 de agosto de 1772 y eran leridanos, del pueblo payés de Fulleda, se llamaban Pedro Juan Francisco Ramón Saragossa Labastida y Raimunda Doménech Gasull. Sus padres buscando mejorar su situación, agravada con la llegada de los hijos, marcharon a residir y trabajar en Barcelona. Cuando Agustina no contaba más allá de diecisiete años, el 16 de abril de 1803, contrajo matrimonio con un joven, Juan Roca Vilaseca, natural de Masanet de Cabrenys, partido judicial de Figueras, el idílico lugar conocido como "La Selva", en Gerona; y a la sazón Cabo 2º del Primer Regimiento del Real Cuerpo de Artillería, destinado en la guarnición de Barcelona.

Reproducción de la bandera coronela del Batallón 1º de Gerona en la guerra de la Independencia.

Juan participaría en todas las escaramuzas desde Esparraguera hasta el 14 de junio de 1808 en la acción del Bruch, en la defensa de Barcelona y luego en la retirada del 16 de diciembre del Campo de Esplugues, y pocos días después, el día 21, en Molins de Rey, y desde allí las tropas españolas proseguirían en sus acciones hasta llegar a su nueva guarnición, Zaragoza. Hasta allí le seguirán su mujer y el hijo, de tan solo cuatro años, tal y como entonces era frecuente con los ejércitos que a cierta distancia se movían acompañados de grandes contingentes de familiares.
Agafeu las armas, minyons,
benvinguts com a germans,
als pobres va la vida,
al rich la vida y bens;
minyons, agafeu las armas
ara que hi som a temps.
La sangre española
no temió a Numancia,
ni teme de Francia
la cadena vil,
que al punto enarbola
la señal de muerte
y la mano fuerte
se apresta al fusil.



Banderas usadas en la guerra de la Independencia. Los carlistas continuarian esta lucha "por la Religión, por el Rey y por la Patria".

Hallábase el matrimonio formado por Agustina y el entonces Sargento Segundo Juan Roca recién destinado en la ciudad de Zaragoza. La ciudad hervía con la llegada de quienes llegaban a guarecerse en la plaza y defenderla de la inminente amenaza francesa. En el mes de julio se produjo el acoso y ataque francés, bajo el mando del ufano Lebfevre, a la asediada plaza aragonesa. El general Palafox rechaza la propuesta de rendición que le hace llegar el jefe francés. Los planes franceses eran los de atacar por tres lugares: la puerta del Carmen, las del Portillo y la de Santa Engracia. La mañana del día 15 de junio de 1809 el bombardeo francés arrecia y la ciudad es atacada por los cuatro costados.

Tal fue la improvisación, que los zaragozanos habrían de fortificar la plaza bajo el fuego de los cañones franceses y los ataques de su caballería e infantería.

La Virgen del Pilar dice
que no quiere ser francesa,
que quiere ser capitana
de la tropa aragonesa.

Era el 2 de julio cuando la defensa de la puerta conocida como del Portillo que se había encomendado a don Francisco Marco del Pont, rebasados por momentos los defensores españoles, los franceses penetran por la brecha abierta, los servidores de una pieza de artillería allí apostada han caído bajo el fuego y la metralla francesa. De pronto, sin que nadie pudiese suponerlo, una de aquellas mujeres que presurosas ayudaban a los que defendían las improvisadas trincheras, llevándoles municiones, tacos, agua y alimentos a pie de los baluartes, al tiempo que les anima con palabras como las que ella misma describe en un Memorial que tiempo después, hallándose en Sevilla, el 12 de agosto de 1810, dirigió al Rey: "... atacada con la mayor furia, pónese entre los Artilleros, los socorre, los ayuda y dice: ¡Animo Artilleros, que aquí hay mugeres cuando no podáis más!. No había pasado mucho rato quando cae de un balazo en el pecho el Cabo que mandaba a falta de otro Xefe, el qual se retiró por Muerto; y caen también de una granada, y abrasados de los cartuchos que voló casi todos los Artilleros, quedando por esta desgracia inutilizada la batería y espuesta a ser asaltada: con efecto, ya se acercaba una columna enemiga quando tomando la Exponente un botafuego pasa por entre muertos y heridos, descarga un cañón de a 24 con bala y metralla, aprovechada de tal suerte, que levantándose los pocos Artilleros de la sorpresa en que yacían a la vista de tan repentino azar, sostiene con ellos el fuego hasta que llega un refuerzo de otra batería, y obligan al enemigo a una vergonzosa y precipitada retirada. En este día de gloria mediante el parte del Comandante de la batería el Coronel que era de Granaderos de Palafox, la condecora el General con el título de Artillera y sueldo de seis reales diarios...". Efectivamente una joven de tan solo 22 años se había encaramado sobre aquella porción de muertos y tomando de la mano del Cabo que mandaba la pieza, toma el botafuego que tantas veces en aquellos días ha visto aplicar al cañón de su vecindad. El momento tan oportuno que produjo en los que penetraban por la brecha una gran mortandad y los obligó a retroceder, dando así tiempo a que se reforzase la posición y pudiese ser contenido el avance enemigo.

Patriotas guerreros,
blandid los aceros
y unidos marchad
por la Patria a morir o triunfar

Enterado el general Palafox, mandó a llamar a la joven, que resulto ser la esposa de Juan Roca Vilaseca, a la sazón Sargento Segundo del Cuerpo de Artillería, en aquel momento participando en las acciones de María, Montorrite y Belchite, de nombre Agustina. Palafox allí mismo, sobre el campo de batalla le felicitó y concedió el distintivo de subteniente con el uso de dos escudos de distinción con el lema cada uno de ellos: "DEFENSORA DE ZARAGOZA" y el otro "RECOMPENSA DEL VALOR Y PATRIOTISMO".

Agustina permanece en la ciudad también cuando el segundo sitio, Moncey y Morthier asedian la ciudad con un numeroso ejército, es el día 20 de diciembre. Las brechas van abriéndose de nuevo, Agustina como siempre esta activa en la defensa, especialmente el día 31. Ese día el propio Palafox le "... dio la cinta de honor que usa, cuyo documento perdió siendo prisionera...". Por efecto de la peste, Agustina se hallaba postrada en una cama puesta en el repuesto de un cañón, dentro del convento de San Agustín, y allí se entera de que los franceses han entrado en la ciudad, "... La llevaron con otros muchos a Casablanca. Estiéndese la voz entre los Comandantes franceses que la Artillera Zaragoza estaba prisionera y se le presentan dos, cuya maldita lengua no entendió, y se dexa comprender por la caridad que después dispensaron. Esta no fue otra que hacerla andar, sin consideración a su enfermedad, con todos los demás Prisioneros y su hijo, hasta que apiadado uno de éstos, el Ayudante de Artillería Dn. Pedro de Bustamante, le cedió uno de los dos machos que llevaba, donde fue con su criatura hasta que en Caparroso le robaron el macho, ropa y dinero que llevaba... Llegada a Olvega perdió a su hijo a la fuerza del contagio, fatiga del camino y falta de recursos para asistencia.". Hallándose repuesta solicita al Rey la ayuda necesaria para dirigirse al lugar donde su marido se halla de guarnición. Con fecha 30 de agosto de 1809, el Rey concédele el haber mensual y sueldo de Alférez de Infantería que disfrutó hasta su fallecimiento.

El sitio de Zaragoza. 1808.
Curiosamente, el parte que sobre el heroico suceso emitió el general Palafox, realmente constituye la primer idealización que sobre Agustina se lleva a cabo. En él, Palafox dice que la joven "... enlazada con conesiones con un Sargento de Artillería, con quien estaba concertado su matrimonio; servía éste bizarramente aquel cañón de a 24, y a la sazón una bala enemiga lo acierta y lo tiende en el suelo; llegaba la Agustina a traerle el refresco y no se le permitió la entrada, contentándose en contemplar a su amante desde la gola de la batería, verle caer y presentarse ella en el mismo sitio fue obra de un momento, arranca del cadáver el botafuego que tenía aún en la mano, llena de heroico entusiasmo dice: AQUÍ ESTOY YO PARA VENGARTE, agita el botafuego y lo aplica al cañón declarando que no se separaría del lado de su amado hasta perder ella también la vida..."
Observando con detenimiento los escritos del general Palafox, concluimos que Agustina había llegado a Zaragoza cuando se iniciaba el cerco a la ciudad, después de hallarse el 6 de junio en la "... escaramuza que padecieron los franceses desde Esparraguera al Bruch..."; el botafuego, como ella misma declaró, lo tomó de la mano del Cabo que mandaba la batería "... a falta de otro Xefe..."; posiblemente el botafuego ya lo había tomado antes de llegar a la pieza, en la gola, pues en la declaración dice "... tomando un botafuego pasa entre muertos y heridos..."; Juan, el marido de Agustina se hallaba en aquellos días alejado de la plaza de Zaragoza, participando en acciones militares en tierras de Belchite, conforme podemos verificar a través del estudio de su Hoja de Servicios, y que en 31 de diciembre de 1816, estaba vivo y en esta fecha ejercía como Subteniente del Primer Batallón de Tren, del Real Cuerpo de Artillería.

Bajorelieve de Agustina de Aragón.

Hallándose en Teruel, recibe invitaciones de los generales Blake y el marqués de Lazán, para que vaya a Sevilla y Cádiz, donde se le esperaba para agasajarla. Hacia allí se dirige y llegada a su destino, son innumerables los homenajes que se le dispensan. Sin embargo ella muestra el deseo de retornar a Cataluña, especialmente a Tarragona donde su marido lucha aun contra los franceses. Participa en la defensa de Tortosa y tras la caída d e la plaza, se incorpora a la guerrilla que manda Francisco Abad "Chaleco", actuando por La Mancha durante un corto espacio de tiempo, pasando a incorporarse al Cuerpo que manda Morillo y parece ser participa en la batalla de Vitoria. Cuando llega el final de la sangrienta lucha, siendo el mes de agosto de 1814, Agustina se halla en Zaragoza de nuevo y recibe un escrito de Palafox, en el que le comunica que el rey "... ha mostrado deseos de conocerla y, por tanto, esta Vm. Precisada de complacer a Nuestro Monarca pasando a la Corte...". El siguiente 25 de agosto fue recibida por Fernando VII.
¡Oh, Virgen Sagrada!
Favores te ofrecen
Todos los cristianos
Libres de franceses.
Digan todos a una voz:
¡Viva la Virgen y el Niño
y muera Napoleón!
Ya la España se ve libre
del más fiero usurpador;
caminemos al portal
a adorar al Niño Dios.
Retorna a Zaragoza y de allí pasa a Barcelona, donde el Subteniente Roca quedaba destinado momentáneamente. En este tiempo nació su segundo hijo, de nombre Juan, el cual nació algo débil y hubieron de buscar un nuevo asentamiento en clima que sentase bien al vástago de aquella luchadora familia. Buscando el beneficioso clima de Castilla, Roca logra el traslado a la plaza de Segovia, cuna de la Artillería española, a donde llegan en la primavera de 1817. Todavía estarán dos años más en aquel destino, solamente llegará el cambio con el ascenso a Teniente de Artillería, con fecha 26 de septiembre de 1819, y destino a Valencia, luego tres años más tarde pedirá el retiro por enfermedad con fecha 12 de mayo de 1822, con residencia en Barcelona. Allí retornan, pero el clima sienta mal al teniente Roca, víctima de la tisis se debate sin remedio, en una enfermedad costosa. Es el momento en que Agustina deberá de hacer llegar a los estamentos superiores la grave situación familiar. Sus requerimientos han surtido efecto y prueba de ello es la Real Orden de 16 de enero de 1823, en la que por sus excepcionales méritos se accede a lo solicitado. Sin embargo, Juan Roca fallece en la cama número 4, del Hospital Militar del Seminario, de aquella ciudad de Barcelona, el 1 de agosto de 1823.


Agustina de Aragón, Alférez de Infanteria.

Agustina en el momento de quedar viuda tiene 37 años. Unos meses después, en marzo de 1824, contrae segundo matrimonio con un médico alicantino, Juan Cobos Mesperuza. En julio de 1825, en Valencia, donde residen, nace su hija Carlota. El nuevo matrimonio pasa a residir en Sevilla, por lo menos hasta el año 1847, en que su hija Carlota, casada con Francisco Atienza y Morillo, Oficial 2º del Cuerpo de Administración Militar, pasó destinado a Ceuta. En Sevilla quedan su marido y Juan Roca su segundo hijo, criado con gran cariño por su padrastro y que estudiaría Medicina, ejerciendo siempre en su ciudad de residencia.

Ceuta, constituía como hoy mismo una avanzada española en el continente africano. Agustina residirá en su calle Real, en el edificio conocido como la "Casa grande". De su estancia en Ceuta hallamos constancia documental en el año 1855, donde continua ostentando el grado de Subteniente agregado al Regimiento Fijo de Ceuta, disfrutando vitaliciamente de su correspondiente sueldo de 511 reales de vellón, tal y como consta en un recibo que de ello se conserva.

La gesta protagonizada por Agustina de Aragón fue llevada al cine de la mano de Juan de Orduña en 1950

Dos años después otro párroco, esta vez de la parroquia de Santa María de los Remedios, de Ceuta, es quien nos acerca documentalmente a Agustina, aunque en esta ocasión por un hecho luctuoso. Agustina ha fallecido. Su inscripción en el libro de Difuntos, dice:"Certifico: Que en el libro Séptimo de defunciones al folio treinta y cinco vº de este Archivo Parroquial de mi cargo, se encuentra la siguiente partida: En la fidelisima ciudad y plaza de Ceuta, el día veinte y nueve de mayo del año mil ochocientos cincuenta y siete, murió de una afección pulmonar, en la casa de su morada y Comunión de Nuestra Santa Madre Iglesia, de edad setenta y un años, Doña Agustina Zaragoza Doménech, natural de Barcelona, agraciada por S. M. El Rey Don Fernando (Q.E.P.D) con el carácter y prerrogativas de Oficial del Ejército Vivo y Efectivo, condecorada con varias cruces de distinción por hechos heroicos de guerra en la célebre de Independencia, hija legítima de Don Pedro Zaragoza y Doña Raimunda Doménech, naturales de Juneda, en la provincia de Lérida. Fue viuda de Don Juan Roca Vilaseca, de cuyo matrimonio deja un hijo, y siendo casada en segundas nupcias con Don Juan Cobo Belchite y Reperma, natural de Almería, de cuyo matrimonio ha dejado una hija. Recibió los Santos Sacramentos de la Penitencia, sagrado Viático y extremaunción. Hizo testamento. Su cadáver fue sepultado hoy, día siguiente al expresado de su muerte, en el Cementerio General de Santa Catalina, extramuros de esta ciudad"

Fue enterrada en el cementerio de Santa Catalina, departamento de San Cayetano. Su lápida en letras de bronce decía:

"A la memoria de doña

AGUSTINA ZARAGOZA

Aquí yacen los restos de la ilustre Heroína, cuyos hechos de valor y virtud en la Guerra de la Independencia llenaron al mundo de admiración. Su vida, tipo de moral cristiana, terminó en Ceuta en 29 de mayo de 1857 a los setenta y un años de edad: su esposo Don Juan Cobos, su hija doña Carlota e hijo político don Francisco Atienza, dedican este recuerdo a los restos queridos."

Derribado el panteón, sus restos no serían trasladados a Zaragoza hasta el 14 de junio de 1870 en que llegan a la ciudad que la volverá a acoger. Sus restos quedaron depositados en la Catedral del Pilar. Su definitivo descanso fue la capilla de la Asunción de la Virgen, en la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Portillo, allí tan cerca de donde ella unos años antes había luchado por la Independencia nacional. La tumba de alabastro, con dos monumentos laterales, el de la izquierda de bronce, conteniendo tres nichos, sepultura de tres heroicas mujeres durante el desarrollo de los cercos, Casta Alvarez, Manuela Sancho y Agustina Zaragoza, el de la derecha de mármol negro sobre el que lleva en letras de oro, los nombres de todas las mujeres que destacaron en la épica defensa de Zaragoza durante los Sitios.


Monumento a Agustina de Aragón y a las Heroínas. Zaragoza.

Una lápida rememora la traslación de los restos, el 15 de junio de 1909, dice:"Aquí yacen los restos mortales de AGUSTINA ZARAGOZA, CASTA ALVAREZ y MANUELA SANCHO. Descansen en paz las heroínas defensoras de Zaragoza. Este monumento les consagra y dedica la Junta del centenario de los Sitios 1808 y 1809."
Pero no sólo durante su epopeya en la guerra de la Independencia luchó Agustina. Siempre manteniendo firmes los grandes ideales religiosos y patrióticos que justificaban el levantamiento contra el invasor francés Agustina mantuvó la lealtad a los legítimos Reyes de España. Tras el fallecimiento de Agustina, su viudo, Juan Cobos y Mesperuza, recibió del reclamante Carlos VII, una Real Cédula del siguiente tenor:


"Su Magestad, deseando premiar los constantes servicios prestados en beneficio de Mi Patria y en favor de Mi Dinastía durante prolongados años por don Juan Cobos y Mesperuza, viudo de la invicta heroína de la Guerra de la Independencia, Agustina Zaragoza. Vengo en concederle para sí y sus descendientes legítimos, el Título de Barón de Cobos de Belchite.

Mi Secretario de Estado tomará nota de ésta Mi Real Resolución.
Dado en Mi Cuartel Real de Tolosa, a 5 de febrero de 1876.
Yo el Rey."

Escultura que representa la resistencia de Agustina de Aragón.

Aquella valerosa mujer, con su muerte dejaba cerrada otra página del libro de los humildes españoles que supieron llevar hasta lo sublime el sacrificio de su vida en defensa de los intereses nacionales.

«¡Guerra! Clamó en el altar
El sacerdote, con ira;
¡Guerra! Repitió la lira
Con indómito cantar;
¡Guerra! Gritó, al despertar,
El pueblo que al mundo aterra;
Y cuando en hispana tierra
Pasos extraños se oyeron,
Hasta las tumbas se abrieron
Gritando: «¡Venganza y guerra!»
»La Virgen, con patrio ardor,
Ansiosa salta del lecho;
El niño bebe en el pecho
Odio eterno al invasor;
La madre mata su amor,
Y cuando salmada está,
Grita al hijo que se va:
»¡Pues que la patria lo quiere,
»Lánzate al combate, y muere...
»Tu madre te vengará!»
Y suenan patrias canciones
Cantando santos deberes;
Y van roncas las mujeres
Empujando los cañones;
Al pié de libres pendones
El grito de patria zumba,
Y el rudo cañón retumba,
Y el vil invasor se aterra;
¡Y al suelo le falta tierra
Para cubrir tanta tumba!»

¡Bienvenida!

Las Margaritas de la Comunión Tradicionalista son una organización heredera del legado histórico de la grandes mujeres españolas y de la inmensa actividad de dinamización social realizada por su propia organización a través de los años. Tenemos la firme intención de continuar y acrecentar este legado respondiendo coherentemente a los nuevos retos actuales. Protestamos por la cosificación e instrumentalización que se hace actualmente de la mujer y reclamamos la verdadera dignificación de la verdadera feminidad. Si estás de acuerdo con nuestros objetivos y quieres luchar por la Tradición este es tu sitio.